sábado, 12 de marzo de 2011

El lazo social en las comunidades judías laicas y ortodoxas: cómo salir de la apertura sin lazo y del lazo encerrado

Publicado el 22-05-2009 en Foro de judaísmos en el mundo. Link: http://judaismosenelmundo.wordpress.com/2009/05/22/el-lazo-social-en-las-comunidades-judias-laicas-y-ortodoxas-como-salir-de-la-apertura-sin-lazo-y-del-lazo-encerrado/

Voy a analizar un supuesto muy común y cada vez más en boga: “sólo los judíos ortodoxos garantizan la continuidad del judaísmo”. Lo proclaman religiosos, tradicionales, laicos y ateos. Pareciera que la tradicional apertura laica a la diversidad no tiene buenos augurios de continuidad ¿por qué?

¿Porqué personas que se segregan, siguen dogmas tienen un éxito imparable en la sociedad? (lo mismo vale con el crecimiento de otras religiones como las evangélicas). Me parece que la respuesta está en “cómo” construyen comunidad.

Esto también nos es “enseñado” por la observación común de la calle. ¿Qué suelen decir muchos de nuestros amigos, familiares o personas allegadas a movimientos religiosos ortodoxos, además del posible adagio de que son “los únicos portadores de la continuidad”?

Es interesante prestar atención a lo que dicen: se dicen cosas como que en esas comunidades “hay respeto”, “te contienen”, “te ayudan a conseguir trabajo”. Partimos de una evidencia empírica y no de un prejuicio: los laicos no encuentran esas cualidades en las comunidades a las que pertenecen.

¿Será que las comunidades ortodoxas son un refugio de la hostilidad e intemperie social, que la competencia, la jerarquía, la avidez por el poder, no tienen lugar? Lo dudamos, pero podemos conceder en su beneficio que todos aquellos aspectos negativos de la vida social no son el punto de partida sobre el cual se construyen esas comunidades.

El laico ve el respeto y la ayuda “de entrada”, y ello no es una mera estrategia de seducción, como quieren creer algunos prejuiciosos, porque dentro de las comunidades religiosas esos principios todo el tiempo se ponen en práctica.

Es el suelo de un lazo constituido comunitariamente, realmente, es el piso de donde nos paramos para ser sujetos. En la intemperie social actual, no hay piso, cada persona es superflua y anónima per se, y no entra con buenas fuerzas al despiadado mundo del trabajo y del dinero. Además, para sostener el cuerpo y vivir en las supuestas libertades que se nos permiten, gozar libremente de nuestra sexualidad, nuestras profesiones, nuestros proyectos, es preciso cada vez más tener dinero, y de no tenerlo, los espacios en donde uno puede constituirse como sujeto son cada vez más precarios, hostiles, escasos.

Los espacios normales de la sociedad moderna, las instituciones, están precarizadas absolutamente. Escuelas llenas de chicos con problemas de conducta, mala alimentación, déficit de atención, falta de proyecto y de futuro en los jóvenes universitarios, etc. Este sucede en el grueso de la sociedad, de las clases media y baja; no sucede lo mismo con los hijos de clases altas.

Las instituciones de corte laico y progresista son impotentes ante esta realidad. En el mejor de los casos, lanzan estrategias asistenciales pero no reformulan el lazo al interior de las instituciones. Debido a un desfase histórico, ellas suponen al individuo aún como si tuviese autonomía real para construir su identidad, vincularse con los demás, procurarse de un trabajo y un proyecto de vida.

Pues no, ese individuo que existía hasta los años ’90, se terminó. Ahora no existe más la cadena que integraba en cada etapa de la vida a los individuos, la de la sociedad disciplinaria que analizaba Foucault. Ahora no hay tal proyecto de vida, cada uno está obligado a concebirse a sí mismo como pura oferta mercantil (y no sólo como fuerza de trabajo reconocida según escalafones profesionales), e inventar cada vez las necesidades, ofertas y demandas y formar él mismo el circuito mercantil que las haga fluir. Entonces, no hay lazo a priori, y el lazo que se constituye es precario porque está enfrentado a su finitud (superfluidad) de un modo muy recurrente.

Las comunidades religiosas no modifican en absoluto este nuevo panorama social. Antes bien, se adaptan exitosamente, e incluso son muy habilidosas e inteligentes para utilizar los mecanismos sociales actuales, llámese marketing, publicidad.

La pregunta es ¿porqué se adaptan tan bien? Y la respuesta no es difícil: porque ellos contraponen, o mejor dicho, conjugan, al lazo social precario, un lazo fuerte, identitario y de ayuda mutua.

Entonces, ¿porqué los laicos no podemos ofrecer una contención semejante, aparte del hecho de que somos producto anacrónico de una época de bienestar social? Creo que parte de la respuesta está en el hecho de que los laicos han perdido sus proyectos políticos. Liberales, socialistas, o comunistas, las ideas de los laicos son museos de dinosaurio, sólo reviven como opiniones sin incidencia real.

En los siglos pasados, de la Ilustración hasta la segunda posguerra mundial, los laicos tenían proyectos fuertes orientados al futuro, un sentido de organización comunitaria militante y con incidencia real en los intereses políticos y económicos hostiles. Ellos sostenían un lazo comunitario, con las sociedades de socorros mutuos, sindicatos, partidos, y las versiones socialistas y comunistas tenían un sentido de comunidad abierta, más allá del origen étnico o religioso.

Una de las claves, entonces, que tendrían en común los antiguos comunismos y las actuales comunidades religiosas, es el sostenimiento del lazo social. ¿Qué quiere decir sostenimiento del lazo? Un lazo no depende sólo del reconocimiento mutuo, de relaciones contractuales, antes que todo eso, hay algo que es ineludible para la especie humana: la necesidad de alimentarse todos los días, darse abrigo, sostener emocionalmente al otro, trabajar, respetarlo.

Todas estas son necesidades que la especie humana a veces olvida o deja de lado y se abre el camino al abandono, y a la destrucción. Las diferentes religiones han prescripto como obligación o virtud el atender a las necesidades llamadas básicas, y los comunismos del siglo pasado plantearon la dignidad humana como la condición y a la vez la proyección de sus políticas.

Dada la actual vuelta al abandono social o estatal de los sujetos, podemos volver a la pregunta inicial ¿porqué los laicos no se ven a sí mismos como continuadores y sí la atribuyen a los religiosos? Porque los religiosos sí son capaces de sostener lo más básico del lazo social y los laicos no. Además, los seculares no tienen proyecto propio, los religiosos, sí.

Ahora, ¿qué proyecto comunitario podrían darse los laicos? Nada nuevo, ciertamente. Debe heredar de los comunismos pasados su rasgo paradójico de ser una comunidad no sustancial, abierta a lo universal más allá de las diferencias étnicas, religiosas o de clase. No se trata de eliminar esas diferencias, sino que lo comunitario no esté condicionado por ellas. No basta sólo con atender las necesidades básicas y fundamentales, es preciso que las condiciones sociales no terminen afectando nuestra dignidad, nuestra capacidad de sostenernos como iguales, respetándonos, cuidándonos. Los religiosos, históricamente, por privilegiar la armonía, pretendieron desde siempre construir la igualdad sin atacar las relaciones políticas, los comunismos del siglo pasado, con su realismo antagonista, fueron consecuentes con la visión religiosa hasta el final, hasta atacar las relaciones políticas y materiales que promueven la hostilidad y el abandono de los seres humanos. Su éxito o no en tal tarea, excede el tema que nos estamos proponiendo.

Entonces, el campo secular ha perdido no sólo la visión política que ataque las condiciones materiales de raíz, también con ella se ha perdido lo más básico del respeto, del cuidado, del trabajo, la ayuda mutua. Sobre ese campo desolado, crecen no sólo las religiones sino también variados fundamentalismos y arcaísmos que con el pretexto de proteger, exigen a cambio la obediencia mental y corporal a sus jerarquías.

Es preciso aprender nuevamente del legado religioso, sobre todo sus prácticas, pero teniendo en cuenta que no hay “razón fundamental” para optar por una vida respetuosa o amorosa, más que los beneficios psicológicos de todos por igual y la aptitud nuestra para reproducirnos. No lo hacemos porque Dios nos dice, lo hacemos porque es el modo de vida que nos agrada, expande nuestra potencia, y busca alegrar más y expandirnos más. Es preciso hacer de esta opción de vida una política, esto es: organizarla colectivamente. Para salir de la apertura secular sin lazo y desértica, y para salir del lazo encerrado en el refugio dogmático.

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